Como una pieza de Samuel Beckett,
como una respuesta que no surge. Cómo el derrame de petróleo en las costas de
la V región, intenso, fuerte, desproporcionado y omitido.
Así es nuestra realidad
hace bastante tiempo. Me imagino que no solo nuestra realidad, sino la de
muchas buenas agrupaciones que se reúnen en el frio, calor o lo que sea, a crear
y mejorar su trabajo musical. No lloro solo describo.
Hablo en nombre de mi
banda Disfonía. Pero también reflexiono en torno a lo que se viene para colectivos
creativos, artísticos y musicales, en chile y en el mundo.
Cada vez es más difícil traer
gente. Es más difícil traer gente dispuesta con sus sentidos activos. La gente está
cansada. La gente tiene lo que quiere en el bolsillo. O supuestamente quiere, o
quiere querer.
La comunidad comienza a
decaer, aunque siempre existe resistencia, en la amistad, “la buena onda, ser
movido por el afecto. Juntarse a ver y escuchar es un ejercicio en extinción,
al menos que se pueda aludir a la empatía, el afecto, la inclusión y el bajo
costo. El costo de la presencia y la atención.
Reunirnos en un patio a compartir
y ver rotar diversos grupos, solistas y personas. Socializar en la vieja
escuela, un patio de reunión dónde se dan turno bandas, y donde la familia,
niños, padres, amantes, disfrutan un rato, la tarde acalorada de una capital en
descanso.
La fiesta Dominguera, es
la única puerta que puede abrirse. Creemos. Es el espacio para compartir lo que
nos mueve a bajo costo y con alguna certeza de que los que nos vean y escuchen,
estén ahí en sintonía. Podría decir un asistente: “Quiero disfrutar de aquello
que no se sabe que existe, pero existe y busca un espacio o camino para
mostrarse”. Hoy son 8 bandas, pero podrían ser 100.
Disfonía pone sus instalaciones,
y la gente que viene, sus sentidos y unas Lucas para construir de forma
articulada una comunidad de gente sensible y amistosa.
Una acción mancomunada en
un mercado que ha perdido la cordura que no tiene ni ha tenido, pero que los
teóricos abalan… los grupos económicos, los políticos, las grandes marcas, las
grandes cadenas de producción de materia para consumidores fuera de sí.
Reproducirse para
perpetuarse, reproducirse para perpetuarse, repetir para generar un tejido legible
y seguro que asegure la ganancia en una experiencia humana predecible, que nos
haga reflexionar en forma individual, para que no se complejice el fenómeno de
la comunicación, el intercambio y la opinión. Para que no surja la mirada
empoderada frente a la oferta reiterativa.
Estamos fuera de ese
mercado y que bueno.
La fiesta dominguera es el
espacio de coexistencia, de intercambio, de goce y descanso. Es la puerta del
aeropuerto para que los grupos despeguen en una pista hecha a voluntad y empuje.
Una pista valiosa en la dirección opuesta a dónde la mirada es dirigida por la
publicidad siempre engañosa.
Juntemos afecto y seremos
vistos y escuchados, escucharemos y nos dejaremos seducir por la experiencia
humana en toda su dimensión.
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