No existe aún un ministro de salud que se
atreva a decretar el feriado como una instancia irrenunciable para la
superación del estrés y sus derivados (todas las enfermedades que afectan el organismo).
No definiré la palabra estrés, más allá de la simple sobre exigencia de la
existencia. No va a existir ese “ministro santo” porque es algo muy simple de
ver, y vivimos en un “mundito” que se viste de complejidades (palabras, eufemismos
y más.) Es simple andar en bicicleta por el parque forestal y mirar una ciudad
dormida como si hubiese sido anestesiada. La familia sonríe, una mujer vestida
de flúor corre con su mirada perdida, las calles silenciosas, los juegos
infantiles movidos por las ganas y los algodones de azúcar. Semáforo en rojo,
risas, besos, agarrones adolescentes y una que otra entonación de un himno de
rock cantado al viento grato y al polvo manso. Un helado chorreado, una calle
vacía, bicicletas cruzando en roja, verde, y amarillo, las grietas de pavimento
se dejan ver en la sombra del carrito manisero, que ya se retira sin ningún
saquito tipo cinco de la tarde.
Santiago no es chile, pero se designa
capital y se pone como ejemplo siempre que acontece algo en el calendario. Vivo
aquí hace 15 años, y puedo distinguir al gigante hiperactivo durmiendo una
siesta, mientras el feriado se deja conquistar por el tiempo no productivo. No
diré improductivo, ya que suena peyorativo.
El tiempo liberado del hacer, de la misión
reiterativa acompañada del sonido constante, de partida y freno, el flujo
completamente desbordado por mentes dispuestas a dejar la calma, por cumplir
las metas interminables de un jueves, o lunes y martes.
El feriado oasis nos demuestra la
importancia del tiempo para estar simplemente. Caminar lento, andar en
bicicleta sin manos al medio de una concurrida avenida, mirar la cordillera al
medio de un puente, tomar un camino nuevo, comprar un maní confitado. Vivir en
el anonimato, romper la homogeneidad, y tomar nuevas acciones sin rumbos. Un
caos en silencio en el medio del parque. Un caos sin violencia que posibilita
el juego de muchos, que sin partir fuera de la capital, experimentan su
mutación.
Un feriado religioso nos regala la santa
siesta y nos permite reflexionar sobre el día a día. No soy médico ni quiero
serlo.No hay que ser experto, menos en un feriado. El tiempo no productivo es salud. Es la senda del que sin miedo vive
la siesta del gigante y por un momento ama su temporalidad anormal. Anormalidad com única vía. El tiempo
productivo nos violenta, nos hace reiterativos y propensos a perder los
sentidos en manos de artefactos que se superan a sí mismos para hacernos creer
que estamos cerca del otro, del mundo. Sentimos la vida como una canción pop,
que se renueva y reinventa, pero nos marca la misma métrica, el mismo pulso.
Ese pulso nos destruye, mientras el gigante sigue en su trote parejo.
El drama de quien vive un feriado, es
similar a la persona que vive un amor no correspondido, puede proyectar una
vida llena de vivencias, ilusiones y se ve llena de posibilidades, pero sufre
por su irrealidad.
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